Revista Sudestada


Revista Sudestada Nro. 57

EL ETERNAUTA, 50 AÑOS DESPUÉS: NÁUFRAGO DEL TIEMPO
A medio siglo de la nevada mortal, el Eternauta sigue vigente y parece empeñado en conmover con sus aventuras a nuevos lectores. La saga de Oesterheld que cambió para siempre la historieta argentina, continúa hoy de la mano de su divujante: Entrevistado por Sudestada, Solano López explica detalles del personaje y revela enigmas ocultos. Opinan Fernando García y Hernán Ostuni.
Algo estremeció al dibujante, hasta entonces concentrado en los laberintos de su tablero. El timbre del teléfono desgarró el delicado silencio que teñía de gris las paredes del estudio. Muy a su pesar, el dibujante abandonó a su suerte a Joe Zonda en plena batalla contra Octopus en mitad del Pacífico, y se dispuso a contestar el inoportuno llamado. ¿Quién podía llamar a estas horas? La respuesta no lo sorprendió: era el guionista.
La conversación discurrió por caminos previsibles: los tiempos cortos del trabajo atrasado, noticias de última hora y algunos comentarios mínimos sobre la repercusión de las revistas del guionista (Hora Cero y Frontera, que salían alternadas cada quince días) en el mercado editorial. Promediando la charla, el guionista fue al grano...
-Mirá Solano, las revistas van bastante bien, y por eso estaba pensando en sacar un suplemento semanal de Hora Cero, con algunos personajes nuevos. Yo tengo algo pensado, pero vos decime, ¿qué tenés ganas de hacer?...
Del otro lado del tubo, el dibujante barajó durante algunos segundos el silencio, mientras imaginaba la presión de más trabajo todavía sobre su tablero para los días venideros. Por eso, no apuró la respuesta.
-Bueno, Héctor. Haceme una de ciencia ficción, pero que sea un poco más realista, más creíble que Rolo, como para que el lector se identifique mejor con los personajes. -Entiendo, dejame unos días que tengo algunas ideas viejas por ahí, y ya te mando los primeros guiones -contestó el guionista.
La conversación terminó con un nuevo repaso por el material adeudado por el dibujante y los saludos de costumbre. Para cuando el dibujante quiso retomar la batalla final entre Joe Zonda y Octopus, el clima ya era otro en el estudio. La charla telefónica le impedía retomar el trabajo con la misma concentración. Más trabajo, menos tiempo, cada vez menos tiempo, pensaba el dibujante. No tengo idea cómo voy a hacer para cumplir con los plazos ahora, encima con otro personaje semanal.
En el tablero, los brazos del Pacífico manejaban caprichosamente los destinos de una nave, mientras el dibujante dejaba salir un último comentario: “Tendría que haberle dicho que no”...
Un par de días más tarde, recibía por correo el primer guión del nuevo personaje. El guionista lo había bautizado con un nombre misterioso: El Eternauta, se llamaba.
Mano a Mano hemos quedado
No hay otro personaje más cautivante en toda la saga. Sin embargo, como suele pasar en las buenas novelas de misterio, el personaje en cuestión demora su irrupción en escena hasta pasado el centenar de páginas. Sólo entonces, la viñeta abre los ojos a una mano que desborda dedos, que recorre con siniestro compás un tablero electrónico en una glorieta de las Barrancas de Belgrano. ¡Es un Mano!
De todas las criaturas que engendró alguna vez la imaginación de Héctor Germán Oesterheld, quizá no haya otra más singular y profunda que la de los Manos. Ahí está el primero de ellos, el rostro arrugado por la furia de los tiempos, el pelo que nace y se desliza hacia atrás como soplado por un viento cósmico, uniforme oscuro como sus ojos apagados, brazos de fibrosos músculos que terminan en esas manos extraordinarias, esos dedos incontables que llegan gan a todos lados. Ahí están los Manos, alfiles de la invasión de los Ellos, criaturas del espacio sometidas también por el perverso enemigo, víctimas quizá de la peor de las condenas: están sometidos a someter. Son un mero instrumento, material descartable para los verdaderos invasores, Ellos, el odio cósmico. Son, también, rehenes de sí mismos, porque portan desde niños y para siempre un implante fatal: la glándula del terror, que se activa una vez que el cuerpo de un Mano siente temor, y expande por sus venas el veneno que los mata en minutos. Son víctimas de un macabro sistema de control perfecto: los Manos no pueden rebelarse sin pagar un alto precio por su osadía. Sus vidas.
No hay manera, no hay salida para los Manos. Están atrapados en su propio cuerpo, y su carcelero convive con ellos, los vigila. Por eso, tal vez, una tristeza insondable dibuja los contornos de su cara, aún cuando ocupan una posición dominante ante los últimos hombres que resisten, que se empeñan en negar la realidad de un destino escrito por un enemigo poderoso. Un enemigo que no se equivoca, que no se muestra siquiera, que elige tercerizar el trabajo sucio del exterminio para casi no intervenir en la devastación del planeta. Para eso está la nevada mortal, los cascarudos, los Manos, los gurbos, los hombres-robots, todas marionetas de un titiritero sin nombre, sin rostro. Son Ellos...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
Revista Sudestada Nro. 57


ENTREVISTA CON FRANCISCO LÓPEZ LÓPEZ

"Me encontré, un poco de sorpresa y sin buscarlo, con un tipo como Oesterheld"
Nada más complejo que perseguir un rastro en la eternidad. Sin embargo, hay quienes dicen que la dificultad de la tarea emprendida define con exactitud la magnitud de los hombres que se lanzan a la aventura. Por ahí sigue naufragando Juan Salvo, buscando en los tiempos y en las sombras un rastro, el aroma de Elena y la sonrisa de Martita, perdido y solitario, vagabundo del futuro y sucio de continuums. Hoy, la búsqueda de Juan sigue sorprendiendo, cada tanto, en los kioscos y el responsable de semejante vigencia tiene nombre y apellido: Francisco Solano López. Ahora acompañado por Pablo Maiztegui como guionista, Solano se ocupa hoy del cierre de la saga El regreso, con La búsqueda de Elena.
Referente ineludible de la historieta argentina, “narrador gráfico” (como a él mismo le gusta definirse), padre de los rostros y los gestos que ya tienen un lugar en la memoria colectiva, Solano López dejó su voz atrapada en un grabador de Sudestada durante varias horas de charla. El tema: una historieta que una vez, 50 años atrás, se ocupó de dibujar. Un dibujante con una historia eterna para contar...
¿Recuerda cuándo fue la primera vez que escuchó el apellido Oesterheld?
Mientras estuvimos trabajando los dos en la editorial Abril..., los dos primeros años yo trabajé con guiones que no eran de Oesterheld. Trabajé con guiones de Julio Postas. Ocurre que Oesterheld era polifacético, porque dirigía la revista “Mas allá”, donde hacía la línea editorial, y escribía cuentitos infantiles de la colección “Bolsillitos”, donde la hermana hacía las ilustraciones. Después se fue para el lado de la ciencia ficción y más tarde, a instancias de César Civita, el dueño de la editorial, se encargó de hacer guiones de historieta. “Pero yo no hice nunca eso”, le dijo Oesterheld, pero Civita igual le pidió un western y otro de un piloto de pruebas. Así que, en cierta medida, él fue dedicándose a actividades creativas relacionadas a su capacidad narrativa sin tomar decisiones personales, los demás se ocupaban siempre de tomar las decisiones por él. Oesterheld se hizo un balazo con las historietas sin haber tomado él la decisión de dedicarse a ese tema.
A los dos años, en la editorial Abril me pusieron en el brete de copiar el estilo de Paul Campani, el dibujante italiano que ilustraba el Bull Rocket con guiones de Oesterheld desde un año y medio atrás. Campani no quiso dibujar más para Argentina, entonces había que buscar dibujantes que lo suplantaran. Él dibujaba tres historietas: Tita Dinamita, Misterix y Bull Rocket, las tres con distintos guionistas. Cuando Campani cortó el trabajo estábamos preparándonos, yo por un lado, y Eugenio Zoppi por otro, para hacer por lo menos Misterix y Bull Rocket, y seguir con un estilo lo más parecido posible al de Campani. Y ni siquiera ahí me encontré con Oesterheld, porque cuando yo iba a la editorial había dos editores, y trabajaba con otros dos guiones: uno era la adaptación de un cuento de Jack London, y el otro se llamaba “Pablo Marale”, un oficial de la gendarmería que tenía aventuras en la frontera. Después vieron que tenían ese problema con Campani y me pidieron que respetara su estilo. Yo lo empecé a hacer y me dieron una pila de originales para que imitara el estilo. Con eso estuve un año y medio, hasta que Oesterheld ahí sí ya había tomado la iniciativa: como le salía bien todo lo que escribía y era un éxito con la historieta de aventuras, de allí surge su idea de hacer una editorial donde pudiera hacer sus propias historietas. Ahí es donde me llama a mí, a Hugo Pratt, a Carlos Roumé, a Arturo del Castillo, un grupo de cinco o seis dibujantes, y uno de los últimos en venir, cuando ya estaba todo formado, fue Alberto Breccia, que tenía mucho trabajo en la editorial de Dante Quinterno. Breccia tenía la misma edad que Oesterheld, pero Pratt y yo éramos más pibes. A los 26 años, yo empecé a hacer El Eternauta.
¿Hasta que empezó El Eternauta con Oesterheld no tenía ninguna relación?
No lo había visto, pero no me acuerdo si me llamó individualmente o hizo una reunión, o fue hablando con nosotros por teléfono. Yo recuerdo una reunión donde él y su hermano nos dieron los lineamientos generales del proyecto, de lo que pensaban hacer con la editorial Frontera, marcando las diferencias con relación a las demás. Todo se relacionaba con la propiedad del material, porque las demás editoriales tenían sus depósitos de dibujos de historietas que nos compraban, y nos compraban los originales... Hoy día eso no es viable porque hay muchos medios de reproducción, pero entonces reproducir 15 o 20 páginas por mes nos costaba un dineral. Si queríamos tener un duplicado teníamos que hacer un fotolito, que costaba mucho, así que el dueño de la editorial se apropiaba de ese material y lo podía usar todas las veces que quisiera. Y por supuesto, no le convenía que nosotros lo tuviéramos en nuestro poder por si se nos ocurría meterlo en otro lado o venderlo al exterior.
Una de las cosas que nos decían los Oesterheld es que ellos iban a trabajar de otra manera, que reconocían la libertad y el derecho de la propiedad intelectual que nos correspondía y la tenencia de los originales. Estábamos tan habituados a dejar los originales, que a Oesterheld se los dejábamos también. Es decir que cuando se le fundió la editorial, nosotros ya estábamos en otra cosa y a nadie se le ocurrió ir a reclamar los originales antes de que se los llevara otro. Y se los llevó otro. “No hay problema, los originales están con Oesterheld”, pensábamos, pero después el imprentero se quedó con todo porque le debían plata.
¿Por qué cree que lo eligió a usted como dibujante de El Eternauta?
Eso no lo sé. Él no me dijo “tomá El Eternauta”. Al momento de empezar a hacer El Eternauta, yo le pedí a Oesterheld que me diera un guión que me permitiera trabajar los personajes con cierto juego de expresión y de humanidad, a través de la técnica de usar el pincel de pelo de marca con una punta muy finita, unos pinceles que se usaban para las historietas, que hoy día ya no se usan. Por eso se podían trabajar detalles muy pequeños, y al mismo tiempo, con un golpe de pincel, vos podías darle sombra o expresión. Eso es lo que yo quería trabajar, y Oesterheld me lo dio servido en bandeja. Entendió lo que yo quería, aunque nunca profundizamos en eso. Cuando nos juntábamos no hablábamos de trabajo. La viuda (Elsa Oesterheld) cuenta que Héctor hablaba mucho de su trabajo con Pratt, porque ellos vivían en Beccar y Pratt en Acasusso, estaban cerca. Y Pratt había venido solo de Italia, tenía 18 años, y los Oesterheld eran la famita perfecta: su casa con jardín, la mujer muy linda, las cuatro hijas mujeres, siempre rodeados de amigos. Pratt estaba metido siempre en la casa y yo estaba a una hora y media de distancia y no me interesaba... yo ya estaba casado, tenía mis hijos. Con Pratt hablaba, conmigo no... cada vez que íbamos a hacer una historieta, me llamaba y lo mismo ocurrió con El Eternauta... habremos hablado una hora. Nunca me dijo qué estaba bien ni qué estaba mal, nunca me llamó para felicitarme pero tampoco para marcar algo que no le haya gustado. Y yo, a su vez, nunca le dije “qué bueno el guión que me estás mandando”. Una o dos veces al año nos reuníamos para comer un asado en su casa o en la de Pratt, pero ahí ya no hablábamos de trabajo: nos juntábamos para tomar unos vinos...
(La entrevista completa en la edición gráfica de Sudestada)

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